Salam aleikum wa rahmatulah wa barakatuh, os dejos un texto que ha llegado a mis manos que me ha gustado mucho y me ha hecho reflexionar largamente. Espero que pueda ayudarnos un poco a mejorar la relacion con nuestros maridos y dejar de intentar cambiarlos de la forma que lo solemos hacer, ya que por lo general nuestra situacion no sera tan extrema como la que se narra y nos sea mas facil llevarlo a cabo, insha allah. Que Allah bendiga nuestros matrimonios y nos de la felicidad con ellos, amin.
MI AMIGA LA REINA
Cuando yo era una esposa joven, mi mejor amiga tenía un marido inconverso. Ella siempre me recordaba a una reina. Ella tenía una presencia singular, además de su belleza, aplomo e inteligencia. Era hija de un pastor, criada muy religiosamente, con normas elevadas. Pero cuando tenía 17 años de edad, se encontró con un joven encantador, el primer hombre que jamás hubiera mostrado interés en ella. Ella “se enamoró” a primera vista, y se casaron a escondidas. Ella pronto descubrió que su marido era muy trabajador “cuando” trabajaba. Pero tenía varios malos hábitos que incluían el uso del tabaco en diversas formas, maldiciones, gritarle a ella cuando se enojaba y pornografía. Para cuando yo la conocí, ella había llegado al arrepentimiento y estaba tratando de lograr que funcionara este matrimonio de yugo desigual. Mediante la gracia de Dios y su creciente temor del Señor.
Cuando él era descortés o insensible, ella no se envanecía con justa indignación. Cuando él era cruel y la maldecía, ella era amable y lo soportaba. Toleraba sus descuidos y creía que traería a su casa su salario en lugar de gastarlo en el camino. La mayor parte del tiempo, pudo soportarlo todo con alegría y gratitud.
Cuando ella vino a pedirme consejo, oculté lo que yo sentía y le dije: “Para honrar a Dios tienes que honrar a tu marido.” Cada día yo sentía que estaba presenciando una batalla celestial, y Dios estaba ganando. Aparte de su uso de pornografía, el vicio que le causaba más repugnancia a ella era su suciedad física. Por supuesto, ella le decía cuanto le gustaría a ella, y lo bien que se sentiría él, si se bañara.
Lo que lo ganó no fue que ella tuviera su fe devocional. Lo ganó porque respondió frente a él con honra y afecto. Jamás se le ocurrió a ella avergonzarlo ni impresionarlo con su religión, que era auténtica. Y no honraba a su marido porque así hubiera sido enseñada durante su crianza. Era un milagro diario para ella. Ser testigo de su experiencia desarrolló fe en mi como nada lo hubiera hecho antes.
Su marido trabajaba toda la noche en una fábrica. Todos sus compañeros de trabajo eran borrachos y fornicarios. Una madrugada, cerca de la hora de la salida, algunos de los hombres empezaron a quejarse de sus esposas, contando lo perezosas, irresponsables, deshonestas, desleales, corrientes, tristes, gordas y feas que eran sus esposas. Jim, el marido de mi amiga, no decía nada. Finalmente uno de los señores le preguntó a Jim por su esposa. Era la primera vez que se había puesto a pensar en su esposa en comparación con las esposas de sus compañeros, y de pronto se sintió profundamente agradecido. “Ah, no les voy a platicar acerca de mi esposa, porque todos ustedes se pondrían muy molestos.” Los hombres insistieron, así que Jim les dijo, “Ella es hermosa, con cabello largo y rubio. Siempre es tan dulce; hará lo que sea por mi. Ella considera que soy el tipo más codiciable” Todos ellos estaban muy molestos, seguros de que él les contaba una gran mentira. Él les dijo, “Cuando yo llegue a casa en la mañana, ella estará muy arreglada y preparándome mi desayuno, y me recibirá en la puerta con un beso muy sensual.” Como todos los señores ya habían dicho que sus mujeres se levantaban tarde y nunca les preparaban desayuno, se negaban a creerle a Jim. Después de una conversación acalorada con muchas maldiciones y habladurías, Jim presumió, “Apuesto que yo podría llegar a casa con todos ustedes para desayunar, y ella gustosamente les prepararía el mejor desayuno de su vida y todo con una sonrisa.””Imposible” le contestaron. Después de más presunciones, terminó por llevar a cinco de ellos a casa con él esa mañana, sin llamar a su esposa para avisarle.
Ahora, su joven esposa en casa, ignoraba por completo lo de sus conversaciones, y no tenía ni idea de que estuviera de por medio la reputación de su marido.
Esta joven estaba a punto de convertirse en corona de su marido, o carcoma. Con todo lo indigno que era él, la conocía y confiaba en ella. Ella se había ganado su confianza.
Esa mañana, a las 6:30, ella lo recibió en la puerta con un rostro radiante de amor. Pero en lugar de un hombre apestoso, masticador de tabaco, eran seis - cinco de ellos con expresiones de algo de pena y aprehensión. Aunque sorprendida, respondió alegremente, “Oh mi amor! Veo que has invitado a tus amigos” Delante de estos hombres, este saludo ya era una gran victoria y un honor para Jim. Él pasó a sus compañeros a su casa y le dijo ásperamente a su esposa, “Prepara desayuno para mis amigos.” Esto era pedir mucho, porque esos hombres eran capaces de comerse todo lo que ella había comprado para los desayunos de la siguiente semana. Jim ganaba un salario de pobreza, y no era muy cuidadoso con su dinero. Lo que le sobraba era de ella para que completara como pudiera. Ella fue a la cocina y oró en silencio, “Señor tu sabes que tengo que dar de desayunar a seis hombres esta mañana. Porfavor ayúdame.” Preparó todos los huevos, guisó todas las papas, horneó una enorme canasta de pan, y además preparó una salsa ranchera. Su despensa para toda la semana la sirvió amablemente en una mesa con mantel blanco como la nieve. Los hombres sucios permanecieron callados de pena mientras ella les servía. Era un momento de coronación para Jim. Todos estos hombres percibían instintivamente que nada volvería a ser igual entre ellos. La esposa de Jim lo trataba con honor. Él sí era diferente a ellos. Los hombres desayunaron, luego se levantaron y se salieron. Han de haber observado que Jim jamás le dio las gracias a su sonriente esposa.
Ella lo había honrado en el momento más crítico, frente a sus amigos. Ella lo honró porque le creía a Dios y decidió obedecer a Dios honrando a un hombre que no merecía su honor. Ella hizo a un lado sus sentimientos de rechazo, de resentimiento y de ser usada, y se condujo de manera casta. Ella fue corona de su marido
Las cosas repugnantes y toscas fueron desapareciendo una por una, tornándose en amorosa consideración, no porque ella se lo exigiera, sino porque ella se lo había ganado a él con su conducta casta y respetuosa. Cuando él la miraba a los ojos veía a un hombre mejor de lo que él sabía que era. El amor hizo que él deseará ser digno de su confianza en él. La moraleja de este relato es que tratando a su marido como un rey, ella se convirtió en una reina que Dios usó para ganarlo a él.
Mi amiga respondió ante su marido con la dignidad de una reina. Él se sentía orgulloso de la belleza de ella, Estaba orgulloso de su dignidad y aplomo. Se sentía honrado de que una mujer como ella lo tratara con tanta reverencia.
Un hombre resistirá con todas sus fuerzas a quienes se enfrenten a él. La mayoría de las mujeres se pasan la totalidad de su vida de casadas en conflicto con sus maridos, tratando de cambiarlos. Es un conflicto de voluntades que ninguna mujer jamás ha ganado plenamente, porque aun cuando logre que él ceda, ella pierde el corazón de él, y él pierde su propia dignidad.
Mientras las mujeres tendemos a ver todo en términos de “quién tiene la razón y qué es lo correcto”, Dios nos dirige autoritariamente hacia lo que realmente importa – “¿A quién he entregado el mando, y a quién hice para que fuera su ayuda idónea?” Cuando una mujer se resiste a un hombre o intenta cambiarlo, lo vuelve más obstinado, y su propio corazón se llenará de amargura. Si la mujer obedece a Dios, no habrá nadie a quien el hombre se tenga que enfrentar, resistir, dominar, conquistar o derrotar. La fuerza más grande de la mujer radica en obedecer a Dios, obedeciendo y honrando a su marido. Cuando abandona el orden establecido por Dios, se está exponiendo a una vida tormentosa, de amargura y derrota para ambos.